
La semana pasada hubo una evaluación en mi trabajo. Por tres días seguidos tuve que reportarlo todo, el listado de los médicos, las farmacias y todo lo que tuviera que ver con asuntos de enfermos. Hubo contadores que estuvieron contabilizando hasta las sobras del almuerzo. Qué trabajo tan horrible, pobre gente.
Luego tuve que verle la cara a la gerente o gerenta o como sea que se diga. Ella me dijo con un tono solemne, debo darle sus resultados. Me embargó en tremendo sentimiento de alivio, pensé, me van a despedir. Pero no, sólo era un llamado de atención. Que mi productividad ha bajado y cómo no, si me la paso haciendo las tareas en la revista.
A la mitad de mi carrera aún temo desconocer cuáles son mis aptitudes. Una de las muchas evidencias apunta para zapatero. Por ejemplo, ayer Tamara andaba arrastrando un pié, se le había dañado un zapato. Por más que busqué en todos lados no encontré un solo clavo, ni una gota de cemento de contacto porque se lo habían consumido los organizadores de la casa abierta. Tocó arreglarle con lo que tenía a mano, chicle y babita. Imagínense, y luego dicen que los hombres no servimos para nada. Con tal antecedente también puedo aplicar para médico de hospital rural.
Pasando a otros temas de mayor interés, anoche llegaba a mi casa a la media noche. Sentía gotitas de agua en la cara. Se me ocurrió, quién será el mierda que está escupiendo a la calle. Luego, cuando vi el patio empantanado en una densa neblina, descubrí que resultó ser la primera tentativa de lluvia tras varios meses de sequía.
URGENTE:
Esta noche es la final del Gran Hermano y con eso termina el motivo de todas mis guerras y el objeto de todas mis luchas. Al menos hasta que empiece la nueva temporada. Para entonces espero no haberme metido para cura.