
Desde el balcón del último piso de mi colegio se puede ver el arrecife del centro comercial que sobresale por encima del techado del patio. Hace unos años, antes de que me graduara, el techado era una distracción que nos vendieron a todos los estudiantes chamuscados desde el primer año, y el centro comercial se construyo de manera tan precipitada que mas parece que lo sembraron.
Después de varios años ayer me di una pasada, tenia el tiempo y la curiosidad suficiente para entrar, subí instintivamente hasta el ultimo piso y divisé lo que había alrededor, y al ver el centro comercial tuve la impresión de que el mundo nunca antes estuvo tan próximo, del otro lado de la calle.
No quería encontrarme con ningún profesor, ni que nadie me reconociera, pero eso fue inevitable. Me encontré con el profesor de matemáticas Daniel Guin, me pareció más viejo desde la última vez que lo vi y ya no conserva su raya matemática a un costado del cráneo, sino que ahora tiene todo el pelo echado hacia atrás y se le notan los primeros rasgos de la amargura que vienen con la edad.
Al caminar en los corredores tuve la ilusión de que se habían encogido por lo me hago al consuelo de que he crecido unos centímetros desde entonces. Y también las aulas han cambiado, las bancas en el salón de Quibio son ahora tan inclinadas que seria imposible escribir en ellas y les sobresalen unos cables por debajo de las bases, por lo que parece sólo funcionan con electricidad.
Por lo demás, todo sigue igual, en especial el antiguo salón de Fima, ubicado en el último nivel de altura y al que únicamente se puede acceder por una estrecha escalera de incendios que se sostiene en el vacío, tal parece que con el tiempo el vértigo subirla se ha acentuado.
